Este año ha sido el treinta aniversario de la asociación de estudiantes de la Universidad Tecnológica de Tampere (la otra universidad), y el -otra cifra menos redonda- de la mi universidad de acogida. La celebración de estos acontecimientos se hacen por aquí con cenas a las que todos los alumnos y personal de la universidad pueden asistir -el noventa y cinco de los asistentes son alumnos-, previo pago de entrada. La característica principal de estas cenas es que son de etiqueta. Las mujeres van vestidas como princesas, y los hombres como embajadores en una recepción de gala. Ningún hombre se sienta hasta que todas las mujeres toman asiento, todos muy serios y estirados, y ni que decir tiene que si hay una banda tocando, no se le aplaude. Pues allí fuimos a tocar.
Hubo dos conciertos. El primero fue el de la Universidad Tecnológica, y fue el más llamativo por cuanto tenía un aire de fiesta soviética -me explicaron en repetidas ocasiones que aquello era una especie de broma. Algunos incluso iban disfrazados con rimbombantes trajes militares y bigotes postizos. En todos los sitios había un libro rojo, al estilo de libro rojo de Mao, que por dentro contenía el menú y canciones de borrachos.
A todas las chicas se les regalaba una rosa, y la cerveza (hecha en Nokia) venía de una fábrica en la que podías pedir una etiqueta personalizada. Esta es una foto del botellín.
Lo que pone en la etiqueta, en finés con caracteres rusos, es algo así como “El Militante del Partido”.
Tras tocar en la entrada de las “personalidades” nos retiramos, mientras ellos seguían muy serios con discursos y tal. Durante el descanso no se nos dio nada de comer, aunque nos dieron sidra y cerveza. Por cinco euros pedimos pizzas individuales bastantes grandes, que venían con una ensalada -no está nada mal, teniendo en cuenta que es Finlandia. Una anécdota muy divertida sucedió cuando me pasaron un papel para apuntar de qué quería la pizza. Cómo había gente que quería hamburguesa, yo pregunté a alguien si lo que debía escribir era mi nombre y qué quería (pizza o hamburguesa, a mi modo de ver), y me dijeron que sí. Fue un momento desconcertante para el que pedía las pizzas por teléfonos cuando le dijeron en la pizzería que no tenían la “Salvador pizza”.
Comiendo la pizza se acercaron por la calle una serie de chavales prácticamente desnudos (uno de ellos llevaba zapatos) que entraron en la universidad y se perdieron por uno de los pasillos corriendo en fila india. Así, tal como lo cuento. Lamentablemente, no llevaba la cámara (¿Qué podría tener de especial una aburrida cena de aniversario?) Por lo visto, eso es normal en las fiestas de sauna.
Para cuando volvimos a bajar, ya estaban todos un poco borrachos y estaban cantando las canciones del libro, por si a alguien le quedaba alguna duda. Empezamos con canciones tradicionales, y todos se lanzaron a bailarlas -en el repertorio tenemos balses, polkas, tangos y, atención, pasodobles, que allí, a diferencia que aquí, bailan sin ningún pudor.
Como ya estaban más contentos, pues empezaron a aplaudir e incluso a pedir más canciones. Cosa curiosa, como soy el último clarinete, y estoy en la esquina, pues todo el mundo me pide más canciones, o me felicita, a mí. Cuando les digo que yo no hablo finés, se dirigen al siguiente músico, que casualmente es ‘el otro’ que no habla fines. Para entonces ya están cansados de buscar músicos y nos hablan en inglés, o en finés directamente, que no importa cuando se está borracho.
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