Aprovecho una noche de insomnio para escribir el primero de una serie de entradas que tengo planeadas desde hace tiempo, que son un relato de distintas anécdotas que me sucedieron estando en Finlandia. Ya no recuerdo los detalles con facilidad, así que mejor que comience cuanto antes mejor.
Hoy voy a relatar mi primer examen.
Entre los estudios que Domingo y yo nos decidimos a cursar, se encontraban unos sobre hypermedia, que se componían de teoría y un poco de prácticas aplicadas a la comunicación audiovisual con nuevas tecnologías. Multimedia interactiva, vamos. Para cursar esos estudios había un curso que, pese a no formar parte del currículum oficial, se consideraba básico y por tanto era obligatorio. Se llamaba “Introduction to Web Publishing”, Introducción a la Publicación Web. En él se estudiaban cosas básicas para desarrollar páginas web, como html, formatos de imágenes digitales, y cosas por el estilo. La cuestión es que, al ser un curso básico, y podía haber gente que conociera el temario, daban la oportunidad de pasar la asignatura sin ir a clase. En la segunda o tercera semana había un examen, y si lo pasabas, aprobabas la asignatura.
Las clases de esa asignatura eran los lunes a las ocho o a las ocho y media. A Domingo le venía muy bien no ir a las clases, porque le pisaba con otra asignatura, así que, pese a no tener conocimientos sólidos del temario, decidió buscar apuntes de otros años y prepararse el examen.
Yo, por mi parte, no tenía problemas en asistir a clase, pero el mismo día del examen había una excursión a un pueblo cercano, dónde además vivió un escritor finés afamado (por los los fineses), y prometía ser interesante. Total, que me apunté a la excursión (creo que costaba doce euros), y decidí ir a las clases de esa asignatura.
Llegó el día de la excursión. El autobús salía de la universidad a las ocho, y yo, pues decidí ponerme el despertador hora y media antes, para ducharme e ir con tiempo (se tardaba media hora desde mi casa a la universidad); A las siete y media. Supongo que me traicionó el subconsciente, y es que, ¿Quién se levanta a las seis y media por gusto? ¡Se supone que una excursión es una actividad placentera!
Total, que a las ocho menos cuarto, cuando me dio por mirar la hora, me llevé un buen susto. Me levanté de un salto, me vestí, llamé a un taxi y salí corriendo (bueno, sentado en el taxi), para la universidad.
Los fineses organizadores de la excursión, muy comprensivos ellos, me esperaron. Cinco minutos, por lo que luego pude saber. Como yo llegué a las ocho y diez, pues me quedé en tierra. Allí no había autobús. ¿Qué hacer ahora? Estaba claro: ¡El examen! ¡Era en media hora!
Cuando llegué al aula me encontré con Domingo. Tras explicarme lo que me había pasado me dijo algo así como “¡Pues venga, toma!”, y me dio los apuntes que elaboró durante el fin de semana a partir de las presentaciones (transparencias) del curso anterior. Me dio tiempo de ojear casi todos los apuntes, pero el examen me salió bien; Una de las notas más altas de la clase: un cuatro, que en nota finesa es como un notable alto. Domingo sacó un 5, el único, que al volver a Sevilla le convalidaron con una matrícula de honor. Hizo un examen perfecto.
No empezaba mal el curso: Tercera semana, y ya tenía un notable alto (no hablemos de Domingo, que mejor no pudo empezar). Lo malo es que el examen me costó, entre el precio de la excursión y el taxi, más de veinte euros. Ahora bien, ya no tenía que ir más a esa clase.
Es curioso como no madrugar un lunes me supuso, de sorpresa, un notable, cuatro créditos ECTS, y no tener que madrugar ningún lunes más. El examen salió caro pero, definitivamente, fue un dinero muy bien invertido.