El curso de orientación duró tres días, y nos trataban a cuerpo de rey. Por ejemplo, todos los días por la mañana teníamos a nuestra disposición una mesa con café, té y pasteles.
También realizábamos algunas actividades destinadas a que los alumnos erasmus nos conociéramos mutuamente. Uno de esos días, por ejemplo, nos invitaron a todos a un ágape de productos finlandeses, con música de piano en directo. En una mesa, además, había bolígrafos y cartulinas para ponerte en la solapa, con tu nombre y país de origen. A mí esto último no me gustó. Sé que parece absurdo, pero lo veo como una pequeña violación a mi intimidad. Es como la gente que chatea contigo en el ICQ (en aquellos tiempos pre-messenger) y te pedía una foto nada más empezar. Eso le quita toda la gracia. Además, la mitad de la conversación en ese tipo de situaciones es preguntar de dónde es tu interlocutor y cómo se llama. Eso por no decir que hay determinadas personas a las que no les apetece que todo el mundo sepa de dónde son (sus motivos tendrán). Al fin y al cabo, no estábamos en una situación en la que necesitáramos que unas cartulinas nos presentaran; ninguno de los presentes era tímido, y era mucho más divertido hacer las presentaciones de la manera tradicional.
Como no estaba dispuesto a pasar por encima de mis principios, pasé a tomar medidas. En ese momento decidí jugarme el erasmus a una sola carta. O me convertía en el más ocurrente y simpático, o pasaba a ser el friki del grupo. Tomé el boligráfo, mi cartulina, y escribí:
Name: Luke Skywalker.
Country: A Galaxy far, far away...
Y... ¡Funcionó! A los franceses les encantó. Todos corrieron a cambiarse su nombre por otros personajes de Star Wars. Y dado que era el grupo más numeroso, la iniciativa se convirtió rápidamente en un éxito. Lo que en un principio era una convencional reunión de erasmus, se convirtió rápidamente en una convención de frikis de Star Wars (secundada por todos salvo por unos pocos 'raritos'). Y yo pasé a ser conocido por todos como “showman y divertido” (¡toma trola!), que al fin y al cabo era de lo que se trataba. No empezaban nada mal mis relaciones internacionales, no...
Por cierto, ese día mantuve una de mis primeras conversaciones con Stefania. No recuerdo de que hablamos con mucha exactitud, pero sí que me preguntó cosas sobre España y sobre el “General Franco”. ¿Es que no leyó la cartulina?
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